RADIOGRAFÍA DE UN ACOSO

Ahora están de moda movimientos como Time’s up y #MeToo que hablan sobre el acoso sexual y básicamente nos han dado a las mujeres la suficiente fuerza para hablar de las experiencias que hemos tenido con relación a este tema.

Y he pensado un poco sobre el acoso sexual, tenemos las muestras diarias a las que todas nos enfrentamos. El acoso callejero, esos piropos sin sentido, de cualquiera en la calle. O quizá las miradas malvadas donde te desnudan en la calle. Están también las demostraciones de machismo donde pretenden que alguien solo por ser mujer es considerada inferior.

Pero también hay que ver ese acoso, quizá el más peligroso, es el que viene de aquellas personas que más confías, de las que menos esperas y de aquellas a las que fuiste capaz de darle tu confianza. Personalmente, he sufrido de este acoso un par de veces, donde me he sentido engañada, dolida y quizá con mucho miedo.

A los 17 años estaba haciendo mi año de intercambio en Estados Unidos, después de tener una mala experiencia con la primera familia anfitriona que conocí, me mudé de familia y estado. Paré con una familia, un poco fuera de lo común, una psicóloga soltera que decidió vivir con un divorciado que trabajaba en campos de explotación petrolera, quien iba dos semanas a casa y una no.

Joyce trabajaba en un hospital psiquiátrico y solía trabajar todos los días de la semana. Mientras que los días que Larry no iba al campo estaba todo el día en casa. Entre ellos tenían problemas y a la larga durante mi estancia terminaron por separarse. En una de esas tantas estadías de Larry, solíamos ver televisión en la sala en las tardes, mientras yo hacía las tareas o ya en tiempo libre.

Alrededor del mes de febrero, la mitad de mi estadía uno de esos días donde estaba muy tranquila viendo televisión en la casa, se acercó Larry a mi silla y comenzó a agarrar mi pelo, intentar masajear mi cabeza, y comenzó como a besar mi cuello, repitiendo que olía muy bien. Intentó besarme en los labios y me alejé, volvió a besar mi cuello y después trató de besarme nuevamente. Cuando volví a alejarme él me preguntó que si eso no me gustaba y se paró y se fue y yo me encerré en mi cuarto temblando de miedo. A los 17 años no sabía qué hacer, cómo actuar o a quién decirle y simplemente decidí no decir nada. Siempre que estaba Larry en casa me encerraba en mi cuarto y trataba de olvidar el asco que había sentido en ese momento. El momento más feliz que tuve después fue cuando Larry decidió irse y yo pude disfrutar de mi último mes de intercambio.

Por años no he sido capaz de decir esto, recordarlo siempre es muy fuerte, vuelvo a ser a misma niña vulnerable. Lo que aquí expreso como solo un párrafo me tomó más de una hora en escribirlo y se convierte en uno de mis peores recuerdos de mi estadía en Estados Unidos y quizá de mi adolescencia. En ese momento no supe qué hacer, lo contrarresté siendo un poco más rebelde, saliendo más con amigos y tratando de evitar tener que estar con Larry en la misma habitación, con o sin Joyce. Nunca supe a quién contárselo o cómo, me moría de vergüenza decirlo y que las personas lo supieran. Al día de hoy, esta es la primera vez que lo digo, digamos en voz alta, y sigo sintiendo la misma vergüenza que hace más de 10 años y los mismos malos recuerdos.

Por años seguí con mi vida tratando de borrar los recuerdos del acoso de Larry. Tuve amigos, novios, conseguí tener relaciones, sintiéndome mejor conmigo misma. Cada vez que los recuerdos llegaban a mi mente esa sensación de pánico y asco volvía una y otra vez. Aún la sensación de ese recuerdo vuelve al revivir el momento y solo espero que compartiéndolo me ayude a seguir adelante sin eso en mi memoria.

Mis años en Venezuela transcurrieron normalmente, entre la universidad y el trabajo, cada vez pienso menos en eso y más en mí. Aprendí a quererme a mi misma, a sentir confianza y a defenderme ante muchas ocasiones.

Hasta que tocó llegar a México. De este país he aprendido mucho sobre mí, sobre su cultura, su comida, su gastronomía. He conocido cómo querer mejor, cómo extrañar, cómo cocinar mejor y cómo manejarme en una ciudad desconocida.

Llegué con trabajando, en EF, la misma empresa que por tantos años fue mi hogar en Venezuela. La situación en México fue diferente, no era la empresa que me apasionaba como en Venezuela y comencé a caer en malos estados anímico. Adicionalmente, la situación no se hizo más cómoda cuando se me hizo muy evidente la situación de acoso.

(Para efectos de lo que sigue, se cambiarán nombres y descripciones, por respeto a la familia de esa persona)

                Pensemos algo, cuando llegas a un lugar totalmente nuevo para ti, no conoces a muchas personas, tiendes a acercarte a personas conocidas. A la vez cuando una de esas conocidas es algo así como la mano derecha del gerente general, a veces hablar no es tan sencillo.

Digamos que Benito, tenía una excelente posición en la empresa, allí conoció a su pareja y además se le podía decir como el segundo en mando en la empresa. Si estabas de buenas con él, estabas de buenas con el gran jefe, pero si no estabas de buenas con él se comenzaba a dudar el desempeño.

Los primeros meses mi proyecto iba comenzando y las relaciones iban muy tranquilas, había motivación y las cosas salían muy bien. El equipo estaba motivado, yo aun más, los comentarios sexista se referían a mi acento o a palabras venezolanas, así que mientras se acostumbraban ellos y yo, lo dejaba pasar.

No recuerdo bien la fecha exacta, pero posiblemente pasado un año de mi trabajo, donde ya los temas iban en picada, los movimientos no eran horizontales, sino verticales hacia abajo y finalmente el apoyo había terminado. Fue en ese momento donde comenzó a ser muy evidente la situación de acoso.

Comenzó como miradas, de esas que incomodan, de cuerpo completo cuando caminaba de un lado al otro de la oficina o a llamarme y decirme “trátame con cariño”. La verdad no sé qué cariño buscaba cuando para ese momento se mantenía una amistosa relación laboral pero no iba más allá o no iba a mayor relación de amistad como la que podía tener con otros de la empresa.

Siguió acercándose a mi lugar con frases “estás guapísima hoy”, “ese color te hace tener una boquita pizpireta”, “¿cuándo me vas a querer?” yo simplemente con una sonrisa le decía que dejara las cosas, que tenía trabajo o simplemente hacía como que no la escuchaba. Comentarios como ese no recibía de parte de ninguno de mis compañeros en el trabajo, sólo de su parte y las miradas “de deseo” se volvían cada vez más repetitivas.

La mayor incomodidad vino el día que me dijo “tienes el mejor culo de toda la oficina”, “tienes un culazo”, “eres más bonita que todas las mujeres que están aquí” y en alguna ocasión se acercó de más a mí, de forma un poco incómoda, intimidante y acercándose un poco más, sobre todo sus caderas cuando estábamos de pie. Otras veces se acercaba a decirme esas frases al oído, la verdad, ya no quería estar sola o cerca de él en eventos, en reuniones, trataba de siempre estar con más personas para evitar los acercamientos o los comentarios.

Benito además de estar casado tiene un hijo, entonces sentía que esto no solamente era una falta de respeto a mí, sino también a su familia. Ver que tiene una familia preciosa con pros y contras pero sigue siendo muy linda, no lo creía capaz de arriesgar todo por este tipo de comportamientos.

Finalmente, me despidieron de EF y la verdad en retrospectiva fue de las mejores noticias que me han podido dar personal y profesionalmente. Me sentí mucho más tranquila de no tener que ver a Benito. Le comenté a un par de amigas lo que sucedió y simplemente me dijeron que él tenía mucho verbo y que simplemente “así era con todas” o que esa era “su manera de ser”. Para mi esa no era la manera de ser en un entorno laboral, pero no volví a hablar más de eso, lo olvidé, lo dejé de lado y preferí darle prioridad a seguir adelante en este país, del cual, en ese momento, me sentía tan cómoda y agradecida.

Coincidí con Benito una vez más, meses más tarde, esta vez fue un evento social donde celebrábamos a un amigo en común. Todo iba muy bien, la cena transcurrió sin más con una conversación muy casual y posteriormente fuimos a celebrar a un bar. Allí colocó todo para sentarse a mi lado, rodó su silla hacia mí y no dejaba de decirme que me veía “buenísima” esa noche, además de que se me veía un “culote” con el pantalón que llevaba puesto. Se comenzó a incomodar la situación nuevamente, fui al baño, busqué cambiarme de lugar o hacer de tripas corazón para soportar lo que sucedía.

Quizá había olvidado lo incómoda que me hacía sentir, de lo que era seguro es que no quería seguir allí. Cuando me invitó a quedarme con él en la noche para “darle amor” ya que su familia se encontraba fuera de la ciudad, fue el momento en el que decidí decirle que tuviera un poco más de respeto por los suyos e irme. Desde ese día no he vuelto a ver a Benito y la verdad prefiero no cruzarme nuevamente con él.

No fue hasta el momento en el que hablé del tema con mi analista que pude entender que esta fue una situación de acoso laboral la cual tuve que haber denunciado. Nuevamente, decidí quedarme callada por miedo a ser despedida y que no me creyeran. Estaba en una ciudad nueva donde prácticamente no conocía a nadie y estar cómoda en esas situaciones era muy difícil.

He esperado más de 10 años para contar la primera historia y más de 2 para contar la segunda, simplemente por miedo y falta de seguridad y confianza sobre el tema. Pero me cansé de sentir miedo a ser señalada, de sentir miedo a ser criticada y de creer que todos los hombres se van a comportar de la misma manera. Simplemente el feminismo no es un movimiento, es una lucha diaria que nos ayuda a las mujeres a perder el miedo y que hace que mujeres y hombres seamos capaces de luchar por igualdad de derechos y por respeto por parte de la sociedad.

4 pensamientos en “RADIOGRAFÍA DE UN ACOSO

  1. El poner en palabras las cosas hace que vaya sanando un poco el dolor y la frustración, felicidades por la manera tan bonita y por poder rescatar lo que puedes aprender de una situación tan difícil y estresante.

    Ánimo!!!

  2. Cariño, lamento muchísimo que hayas tenido que soportar esa situación. Por favor, no permitas que nunca, NADIE, te diga que eso es normal. No lo es. Hace una semana publiqué un post en mi blog con mi experiencia, porque también lo he padecido como mujer e inmigrante. De hecho, te pediría permiso para compartir tu historia.

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